En 1333, el sultán de Egipto concedió a Fray Roger Guérin de Aquitania el Santo Sepulcro. Éste se apresuró a construir un convento en las cercanías con fondos enviados a su disposición por los soberanos de Nápoles, Roberto de Angiú y su consorte, Sancha, hija de Jaime I, rey de Mallorca. Estos dos soberanos, con razón, están considerados como los “instrumentos de la Providencia” para la causa de los Santos Lugares: jugaron un papel de máxima importancia para su rescate, tanto por su influencia diplomática como por la ayuda económica que prestaron. Gracias a ellos y a su intercesión, las autoridades musulmanas locales reconocieron a los franciscanos el derecho oficial a celebrar en la Basílica del Santo Sepulcro.