El 27 de octubre la Custodia de Tierra Santa celebró en Jerusalén una misa de acción de gracias por la canonización de los mártires de Damasco, que tuvo lugar el 20 de octubre en Roma. La celebración se llevó a cabo en la iglesia franciscana de San Salvador y estuvo presidida por el Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton.
Concelebraron, entre otros, monseñor Adolfo Tito Yllana, delegado apostólico en Jerusalén y Palestina, y el arzobispo maronita Moussa Hage, que la noche anterior presidió la oración de las vísperas. Se hallaban presentes numerosos fieles, tanto de rito latino como de rito maronita, signo de su pertenencia común a la Iglesia, a pesar de la diversidad de tradiciones.
Joya de la corona
Los 11 mártires canonizados por el papa Francisco – ocho frailes menores y tres laicos maronitas – sufrieron martirio en Damasco, entre el 9 y el 10 de julio de 1860. “Son, en realidad, los representantes de decenas de miles de cristianos que el mismo año sufrieron martirio en Líbano y Siria, y prefirieron morir antes que renegar de Jesucristo”, subrayó el Custodio en su homilía.
Un testimonio que hay que agradecer pero del que – advirtió – es mejor no alardear. “De donde es una gran vergüenza para nosotros, siervos de Dios, que los santos hicieron las obras y nosotros, recitándolas, queremos recibir gloria y honor”, decía San Francisco (Adm VI: FF 155). Parafraseando: los mártires dieron la vida con Jesús y por Él, “no puede ser que nos baste su testimonio y quedar bien contando su historia y ondeando su bandera”.
Reliquias y memoria
La reliquia de los mártires – la misma que estuvo presente en la plaza de San Pedro para la canonización – ocupó un lugar de honor. El Custodio la llevó en procesión al comienzo de la misa y con ella impartió la bendición final. Durante toda la celebración permaneció expuesta en el altar dispuesto para los mártires. Pero, sobre todo, son el testimonio y la enseñanza de Manuel Ruiz y sus compañeros los que deben estar en el centro de la vida de los frailes y los fieles.
“Ellos nos demuestran que es posible vivir hasta el final un abandono pleno y confiado en Dios, incluso en medio de situaciones difíciles, de persecución injusta y de sufrimiento inocente”, subrayó el Custodio. “Nos dicen que vivir y amar con esta radicalidad es posible, no es idealismo, no es utopía. Al contrario, amar hasta dar la vida es la manera más auténtica de ser cristianos”.
Y si no todos están llamados al martirio de sangre, “también existe el martirio de la vida cotidiana, que se alcanza haciéndose pequeños y poniéndose al servicio de todos por amor a Dios”. Es el “estilo del servicio” que vivieron estos santos, como recordó el papa Francisco, y que el Custodio animó a los presentes a hacer suyo.