El sábado 26 de octubre, en el santuario de Deir Rafat se celebró la fiesta de María, Reina de Palestina. Este evento anual representa un momento de alegría, pero también de recogimiento y oración, para todos los cristianos de Tierra Santa. En esta ocasión nos encontramos con los jóvenes de la parroquia de San Salvador de Jerusalén, que nos hablaron de su vida donde, en medio de dificultades e incertidumbre, vivir como cristianos es un reto diario.
“Ágape, el nombre de nuestro grupo, significa amor de Dios, un amor que nos invita a los jóvenes de Jerusalén a experimentar la gracia divina cada día. Practicamos la caridad, intentamos ayudar a los demás y hacemos todo con amor”.
Con estas palabras explicaba la realidad del grupo juvenil Taym, un joven estudiante de Teología que vive en la ciudad vieja de Jerusalén. Junto a ella está también Issa, ingeniero civil, que vive en Jerusalén con su mujer y ambos pertenecen al grupo Ágape.
“Hemos venido con el grupo de jóvenes por primera vez a Deir Rafat – continúa Taym – para orar juntos y divertirnos. Si hay fe, creemos que cualquier oración, aunque sea pequeña, puede mover una montaña”.
Ser cristiano en Jerusalén: un reto diario
Dar testimonio de la fe cristiana en Jerusalén es una prueba que estos jóvenes afrontan con gran valentía.
“Jerusalén – explica Issa – es una ciudad caracterizada por la diversidad religiosa y cultural, y esto se aplica también dentro de las distintas confesiones. Todos creemos en un único Dios, pero para mí ser cristiano significa vivir las enseñanzas de Jesús”.
Taym, por su parte, subraya el vínculo especial que todos los cristianos sienten por esta tierra.
“Ser cristiano aquí significa mucho. Muchos creen que esta tierra pertenece a alguien en particular, pero nosotros pensamos que Dios se la ha entregado a todos. Para nosotros los cristianos es un milagro estar aquí, donde Jesús nació y vivió. Vivir en esta tierra es una bendición para nosotros”.
Incertidumbre sobre el futuro
Para los jóvenes cristianos de Jerusalén, tener esperanza en el futuro no es fácil. Las consecuencias directas e indirectas de la guerra impactan profundamente en sus vidas, interrumpiendo la normalidad y llenando sus días de incertidumbre.
Issa nos cuenta cómo el primer efecto fue precisamente la suspensión de la vida social, la gente ha dejado de salir y las continuas noticias de violencia han causado un fuerte impacto en su serenidad.
“Solo deseamos la paz, pero es difícil ver todos los días tanto sufrimiento. Lo único que podemos hacer en nuestro día a día es vivir la vida que Dios nos ha dado”.
También Taym habla de la dificultad de mirar hacia el futuro, un sentimiento compartido por muchos jóvenes. La guerra trae desánimo y sienten la tentación de abandonar su tierra natal, pero la fe se convierte en su tabla de salvación.
“Personalmente, me resulta difícil mirar al futuro y creo que esto es igual para todos los jóvenes que me rodean. Pensamos en nuestra vida cotidiana, nos despertamos con el pensamiento de que hay gente muriendo. Muchos de nosotros están considerando marcharse, pero la fe nos retiene, porque creemos que, al igual que Jesús nació y vivió aquí entre nosotros, también nosotros podemos quedarnos y Él nos protegerá”.
Quedarse: una elección de valentía y esperanza
Decidir quedarse a pesar de las dificultades es un gran testimonio de valentía y de fe que ofrecen estos jóvenes. De las palabras de estos chicos surge la esperanza. Experimentar el odio y la violencia hace apreciar los momentos de amor que dan una pizca de esperanza para el futuro de los jóvenes en Tierra Santa.
Issa concluye: “Hemos decidido quedarnos porque a pesar de las tensiones y las dificultades, vivimos en un lugar bellísimo. A veces tenemos que enfrentarnos al odio que procede de distintos sitios, pero es precisamente en esos momentos cuando apreciamos los gestos de bondad, sobre todo cuando la gente muestra amor, aunque tengan todas las razones para no hacerlo”.