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Los Franciscanos en Tierra Santa

Los orígenes de la Custodia de Tierra Santa se remontan, de facto, a 1217, año en el que se celebró, en Santa María de los Ángeles, cerca de Asís, el primer Capítulo General de los frailes menores. San Francisco, con gesto inspirado, decidió mandar a sus frailes a todas las naciones. El mundo se dividió en “Provincias” franciscanas y los frailes, desde Asís, se dirigieron hacia los cuatro puntos cardinales. En aquella solemne ocasión no se olvidó la Tierra Santa. Entre las once provincias-madre de la Orden, aparece la de Tierra Santa. En los documentos viene designada con distintos nombres: Siria, Romania o Ultramarina. Comprendía Constantinopla y su imperio, Grecia y sus islas, el Asia Menor, Antioquía, Siria, Palestina, la isla de Chipre, Egipto y todo el resto del Levante.

La provincia de Tierra Santa, sea por lo vasto de su territorio, sea por la presencia de los Santos Lugares, fue siempre tenida como algo especial. Estaba considerada la “provincia” más importante de la Orden. Por eso, quizá, fue confiada al Hermano Elías, figura preminente en la naciente fraternidad tanto por su talento organizativo como por su vasta cultura. Es interesante conocer las decisiones adoptadas por el Hermano Elías para organizar y consolidar esta parte de la Orden, caracterizada por sus particulares problemas ambientales y por su vastísima extensión geográfica. El celo y las cualidades de buen gobernante que lo distinguieron le empujaron, durante los años de su mandato, a sentar las bases del apostolado franciscano en todas las zonas de la cuenca sur-oriental del Mediterráneo.

En 1219, el mismo san Francisco quiso visitar por lo menos una parte de la Provincia de Tierra Santa. Los documentos que hablan de la presencia del “Poverello de Asís” entre los cruzados, bajo los muros de Damietta, son conocidos. Como famoso fue su encuentro con el sultán de Egipto, Melek el-Kamel, sobrino de Saladino el Grande. Los mismos documentos añaden que san Francisco, tras haber dejado Damietta, se acercó hasta Siria. De cualquier forma, la visita de san Francisco a los Santos Lugares sucedió ciertamente entre el 1219 y el 1220. Con este propósito Giacomo de Vitry, obispo de San Juan de Acre, escribe: “Hemos visto llegar al hermano Francisco, fundador de la Orden de los Hermanos Menores. Era un hombre simple y sin cultura, pero amabilísimo y querido por Dios y por los hombres. Llegó cuando el ejército de los cruzados estaba acampado en Damietta; rápidamente se hizo respetar por todos”.

En su breve viaje, san Francisco, con su forma de actuar, señaló a los futuros misioneros franciscanos cómo debían vivir en aquellas regiones y el campo específico de su actividad. En la escuela del Poverello, la evangelización se debe hacer amistosamente y con extrema humildad, exactamente como había hecho él en relación al sultán. Además, los Santos Lugares deben ser amados y respetados por su relación con los momentos más destacados de la vida de Cristo.

Los historiadores han confirmado que, desde el siglo XIII y sobre todo con el fracaso de las cruzadas, el acceso a los Santos Lugares estaba asegurado por una nueva estrategia y que el apostolado misionero, con la presencia inerme de los franciscanos, sustituyó a las expediciones militares. Cuando el Papa Gregorio IX de Perugia, donde residía, con la Bula de fecha 1 de febrero de 1230, recomendaba a los Patriarcas de Antioquía y Jerusalén, a los Legados de la Santa Sede, a todos los arzobispos y obispos, a los abades, priores, superiores, decanos, archidiáconos y a todos los demás Prelados de la Iglesia a los que se dirigía la Bula, acoger y favorecer de todos los modos la Orden de los Hermanos Menores, debió intuir de algún modo que las Cruzadas habían fracasado en su objetivo y que sería mejor, y sobre todo más evangélico, dedicarse a convivir y dialogar con los musulmanes en vez de combatirlos. De esta forma, a la causa de los Santos Lugares se la dio preferencia. De cualquier forma, si la Bula de Gregorio IX de 1230 no puede ser considerada como documento oficial para el reconocimiento jurídico del establecimiento de los hijos de san Francisco en Tierra Santa, sin embargo es el documento que prepara el terreno y les ofrece la forma de penetrar en el país y establecerse.

Otra fecha segura para la historia de la Provincia de Tierra Santa es el año 1263. Ese año, bajo el generalato de san Buenaventura, se celebró en Pisa el Capítulo General. En aquella ocasión, como era natural, se discutió también sobre la Provincia de Tierra Santa. Se decidió circunscribirla a la isla de Chipre, Siria, Líbano y Palestina, dividiéndola en Custodias, entre ellas la de Tierra Santa, que comprendía los conventos de San Juan de Acre, Antioquía, Sidón, Trípoli, Jerusalén y Jaffa.

La reconquista de San Juan de Acre por parte de los musulmanes, acaecida el 18 de mayo de 1291, supuso el fin del Reino Latino de Tierra Santa. Los cristianos fueron sometidos a duras pruebas. Los franciscanos fueron expulsados de Tierra Santa y obligados a refugiarse en Chipre donde, por aquellos tiempos, se encontraba la sede del provincial. Desde la vecina isla de Chipre los franciscanos no dejaron nunca de interesarse por la Tierra Santa. Como exiliados alejados de su patria, su deseo constante fue el de encontrar la forma de vivir cerca de los Santos Lugares. Con este propósito, nunca se cedió en el intento. Los documentos históricos de la época atestiguan visitas privadas de devoción y otras visitas autorizadas por la Santa Sede para restablecer la presencia católica en los Santos Lugares.

Un primer gesto benévolo a favor de los franciscanos lo tuvo el sultán Baybars II (1309-1310) que les entregó la “Iglesia de Belén”, de la cual los frailes, debido a la rápida muerte del sultán, no pudieron tomar posesión. En 1322, Jaime II de Aragón consiguió del sultán de Egipto, Melek el-Naser, que la custodia del Santo Sepulcro se confiara a los dominicos aragoneses, pero la concesión quedó en agua de borrajas. El mismo Jaime II, cuatro años después, en 1327, imploraba nuevamente la gracia soberana, pero esta vez no para los dominicos sino para los frailes menores. La Bula del Papa Juan XXII, con fecha de 9 de agosto de 1328, por la cual se concedía al Ministro Provincial residente en Chipre la facultad de enviar cada año a dos frailes a visitar los Santos Lugares, se debe leer con esta clave. También entonces la praxis cotidiana precedió a la gestión organizativa procedente de instancias más altas.

De hecho, ya en el período que va desde 1322 hasta 1327, algunos franciscanos prestaban servicio en el Santo Sepulcro. En 1333, el sultán de Egipto concedió a Fray Roger Guérin de Aquitania el Santo Sepulcro. Éste se apresuró a construir un convento en las cercanías con fondos enviados a su disposición por los soberanos de Nápoles, Roberto de Angiú y su consorte, Sancha, hija de Jaime I, rey de Mallorca. Estos dos soberanos, con razón, están considerados como los “instrumentos de la Providencia” para la causa de los Santos Lugares: jugaron un papel de máxima importancia para su rescate, tanto por su influencia diplomática como por la ayuda económica que prestaron. Gracias a ellos y a su intercesión, las autoridades musulmanas locales reconocieron a los franciscanos el derecho oficial a celebrar en la Basílica del Santo Sepulcro.

El reconocimiento jurídico por parte de la Santa Sede, extensible también a los otros santuarios, ocurrido algunos años más tarde, exactamente el 21 de noviembre de 1342, con la Bula Gratias Agimus y Nuper Carissimae, se considera como la conclusión definitiva de la participación de los Reyes de Nápoles en la larga defensa por la causa de los Santos Lugares. Además del reconocimiento oficial, la Bula contenía prescripciones con vistas a garantizar la continuidad de la institución. Con una particular intuición, se aseguraba la internacionalidad del nuevo ente eclesiástico religioso, prescribiendo que los frailes podían proceder de todas las provincias de la Orden. Para la salvaguardia de la disciplina se prescribía que todos los frailes, cualquiera fuera la provincia a la que pertenecieran, una vez entrados en servicio de la Tierra Santa, se someterían a la obediencia del Padre Guardián del Monte Sión en Jerusalén, representante del Ministro provincial residente en Chipre. En 1347, los franciscanos se establecieron definitivamente también en Belén, junto a la Basílica de la Natividad de nuestro Señor.

 

Los primeros Estatutos de Tierra Santa, que se remontan a 1377, preveían no más de veinte religiosos al servicio de los Santos Lugares: Santo Cenáculo, Santo Sepulcro y Belén. Su principal actividad consistía en asegurar la vida litúrgica de los santuarios citados y la asistencia religiosa a los peregrinos europeos. En un documento de 1390 se especifica que la Provincia de Tierra Santa, con sede en Chipre, tenía además la Custodia de Siria, que comprendía cuatro conventos: Monte Sión, Santo Sepulcro, Belén y Beirut. Hay que recordar que el documento en cuestión no hace sino confirmar una situación ya existente desde hacía tiempo, ya sea en el número de conventos como en la denominación del organismo religioso llamado Custodia de Siria, quizá para no generar posibles confusiones con la denominación de la Provincia de Tierra Santa, de la que formaba parte.

Son, pues, más de 800 años, en los cuales los Hermanos Menores, hijos de San Francisco de Asís, siguiendo sus huellas y deseosos de configurarse más a Cristo, han velado por la custodio y salvaguarda de los santos lugares.

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